La metáfora del semáforo
Cuando me presento a mis estudiantes por primera vez, les digo que suelo ser criticado por no explicar las mates que enseño. Y les aseguro, con una sonrisa, que esas críticas son completamente ciertas, pero también les digo que no se preocupen, que van a aprender, pero por sus propios medios.
Siempre hay alguien que se queda al final de la clase, con preocupación, porque quiere conseguir aprender matemáticas pero no sabría cómo hacerlo "por sus propios medios".
Hace algunos años se me ocurrió un ejemplo para ilustrar ese "cómo" y ayudarles a entender. Mi hijo mayor (y único por aquel entonces) tenía unos 18 meses de edad, estábamos en el coche esperando a que el semáforo se pusiera verde y cuando lo hizo, gritó: "¡Verde! ¡Vamos!" y tras el siguiente giro había otro semáforo en ámbar cambiando a rojo y gritó "¡Rojo! ¡Para!".
Estoy casi seguro de que nunca le habíamos contado el funcionamiento de un semáforo, sí recuerdo haber comentado sus colores cuando empezaba a aprendérselos. Esto me hizo pensar.
Imagina que quieres decirle a un infante cómo funciona un semáforo, ¿cómo lo harías?
La respuesta normal suele ser algo del estilo: "Cuando se pone verde, se puede pasar, si está rojo, no se puede y hay que parar y si está ámbar, corre ten cuidado por que va a cambiar a rojo."
Teniendo esto en cuenta, les digo a mis estudiantes que mi manera de enseñarlo sin explicarlo consistiría en pedir al infante que observe un cruce con semáforos durante algunos minutos. Y, luego, le preguntaría yo cómo funciona el semáforo.
Si el infante aprende rápido, su respuesta podría ser: "Cuando la luz está verde, los coches pasan, si se pone roja, se paran y cuando está naranja, van más rápido por que se va a poner roja."
O puede que, simplemente, diga: "Vi una furgoneta roja, una moto blanca, dos coches de policía y una ambulancia", en ese caso le insistiría en que observe los semáforos y le dejaría unos minutos más.
Podría ocurrir que ahora el infante dijera: "He visto que las luces del semáforo van de verde a naranja, roja, verde...", en ese caso le felicitaría por su descubrimiento y le animaría a observar el cruce y compararlo con las luces del semáforo.
Con suerte, el infante consigue llegar a la conclusión deseada, pero si no, le ayudaría con preguntas como:
¿Qué pasa si la luz está verde?
¿Y cuando está roja?
¿Y si está naranja?
A continuación le pediría que formulara una frase completa describiendo cómo funciona el semáforo.
En el caso de que me quede sin ideas o paciencia, terminaría por decirle al infante cómo funciona el semáforo, pero no sin habérselo ganado antes esforzándose un poco.
Y así es como torturo a mis estudiantes haciéndoles pensar (lo sé, soy malvado).
El aprendizaje por descubrimiento lleva tiempo, sí, más tiempo que la clase tradicional, claro. Pero el aprendizaje es más significativo (hay investigación al respecto), al margen de que se practican habilidades de pensamiento más allá de los contenidos.
En su hilo de twitter al respecto, Héctor Ruiz Martín (autor de Aprendiendo a aprender), advierte de que el descubrimiento, para que resulte más efectivo que la instrucción directa, debe ser guiado:
Actualización de antes de publicar:
Recientemente, un estudiante se quejó abiertamente en clase con un "Pero, ¿por qué nos haces pensar?" a lo que contesté con un: "Me lo tomaré como un cumplido 😊".
En realidad es el mayor cumplido que podrían haberme hecho.