Si preguntamos a los alumnos si prefieren aprender o aprobar, ¿qué elegirían? Apuesto a que la mayoría elige aprobar. Lo ideal es que aprender implique aprobar, pero suele ocurrir que los alumnos están demasiado preocupados por aprobar y se olvidan de ocuparse de aprender.
En las ciencias sociales —así como en física y física experimental—, la paradoja del observador hace referencia a una situación en que el fenómeno observado se ve influenciado por la presencia del propio observador o investigador.
En educación, creo que nos encontramos con la paradoja de la calificación. Los profesores preparan a sus alumnos para la evaluación sumativa mediante tareas de evaluación formativa. En el mejor de los casos, las tareas sumativas serán abiertas y permitirán a los alumnos demostrar lo que saben, lo que comprenden y lo que pueden hacer. Pero si la tarea es un test o examen tradicional, sólo permite observar lo que el alumno es capaz de recordar, hacer o demostrar durante el tiempo que dure la prueba.
Supongo que todos queremos que nuestros alumnos aprendan y comprendan, pero yo me veo luchando contra la ansiedad por aprobar exámenes de los míos. Y ya sé... ¿Por qué hago exámenes? Bueno, resulta que al final del camino van a tener una prueba de acceso a la universidad que no va a evaluar lo que saben, si no lo que son capaces de demostrar que saben durante ese examen.
Entonces, preparo clases para que mis alumnos piensen y me preguntan "¿esto entra en el examen?". Y ahí lo tenemos, ¿es eso todo lo que les importa? ¿el examen? Tristemente, en la mayoría de los casos, lo es.
Tras intercambiar unas palabras con Juan Francisco Hernández (gran profesor y autor del blog Esto no entra en el examen), me ha hecho reflexionar acerca de nuestra responsabilidad, como docentes, ante esas actitudes. Es cierto que, por mucho hierro que les intente quitar a los exámenes, al final son las herramientas que más a menudo usamos para evaluar.
La paradoja es que por evaluar asignar una calificación al aprendizaje, estamos limitando las ganas de aprender de nuestros alumnos y, por tanto, su aprendizaje.
En su artículo Evaluar es aprender, Carlos Magro hace una profunda reflexión e investigación acerca del fin de la evaluación. Me quedo con esta frase:
Hasta donde sé, a los niños les encanta aprender y comprender, pero en algún momento se rompen y empiezan a preocuparse por las notas. No lo he investigado, pero puedo imaginar que probablemente ese momento coincida con cuando empiezan a hacer exámenes y su evaluación empiezan a depender de sus calificaciones, y no de las observaciones de sus profesores.
También estuve conversando acerca de este tema con Gabriel Arencibia, compañero, maestro de educación infantil y gran pensador (aquí una de sus últimas publicaciones). Cito sus reflexiones que me parecieron muy acertadas e interesantes:
Otro punto de vista acerca de la problemática en la motivación me lo daba mi inestimable María Cabrera, economista y consultora en el BID:
Entiendo que no podemos depender exclusivamente de la motivación que nos da la curiosidad o la auto-superación. Puede que no sea realista por mi parte esperar que mis alumnos quieran aprender "por la satisfacción personal de hacerlo", puede que necesiten un "empujoncito" a su motivación.
Normalmente lo intento con BreakOutEdus y retos. Pero, tristemente, sólo se motivan unos pocos, los que ya tenían suficiente motivación intrínseca para aprender. El resto se involucra en esas experiencias cuando hay un premio "tangible" para los ganadores: puntos extra en algún criterio de evaluación o fallos gratis en algún examen.
María continuaba con unas ideas que se iban un poco del tema, pero que me parecen igualmente interesantes:
Y, la verdad, es que el tema de la frustración da para otro post.
Volviendo sobre el tema que nos ocupa: la paradoja de la calificación, me siento encerrado en un sistema en el que no sé si creo.
Yo sé lo que mis alumnos saben, pero el sistema me pide evaluar a partir de tareas sumativas. Y esas tareas no pueden ser todas desempeños de comprensión, la prueba de acceso a la universidad no lo va a ser.
Esta situación es frustrante, para los profesores que queremos que nuestros alumnos aprendan, para los estudiantes centrados en su rendimiento a los que pedimos que piensen (qué malvados somos) y para los estudiantes que saben y comprenden pero que no consiguen rendir en los exámenes.
Nota mental: La frustración es para otro post.
¿Por qué no podemos dejar de calificar?
Actualización de antes de publicar:
Con el post listo, acabo de leer Evaluar sin calificar: mi experiencia y su segunda parte Calificar al final de una evaluación formativa por Jaume Feliu. No quería dejar de recomendar estas dos lecturas que me dan mucho que pensar.